¿Qué es escribir bien? No lo sé realmente, pero tiene que parecerse mucho a como lo hace Ramón Bascuñana. En realidad, escribir bien no es una actividad que posea demasiada buena fama. Se dice que escribir bien es sinónimo de claridad pero también de tibieza y escasa profundidad. Se dice que los que escriben bien logran ventas y premios y los que lo hacen mal, crean arte y son incomprendidos. Pero este tópico, como todos los tópicos, no deja de tener sus excepciones (si no es que se encuentra errado al completo). Una de ellas es sin dudas el escritor alicantino. Alguien que escribe bien, magníficamente bien, (cuidando cada palabra y la respiración de la prosa; atento, muy atento a la puntuación) y al mismo tiempo es sutil y profundo, tal y como muestra esta colección de cuentos que, en otros tiempos, publicada con el nombre de un autor norteamericano, probablemente habría recibido ingentes alabanzas.
En realidad, el contenido de Todas las familias infelices es árido, casi perverso. Bascuñana muestra el infierno. No el cielo. Explora la debilidad y las imperfecciones. Las infidelidades incestuosas. Y hacerlo precisamente con un estilo tan diáfano y trabajado ayuda al lector a tomar conciencia de que el mal se encuentra al lado de casa y puede casi tocarlo. Nos permite comprobar tanto lo arraigada que se encuentra la desgracia como, contradiciendo a Tolstói, que no sólamente todas las familias felices son iguales sino que tal vez también lo son las desgraciadas. Al fin y al cabo, no hay probablemente un acontecimiento que iguale más a los seres humanos que la muerte. Y después de ella, el pecado y sus dos adláteres: el vicio y la culpa.”
Alejandro Hermosilla
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