El poeta Alberto Chessa habla así de Abril en los inviernos de Nicolás Corraliza:
En su brevedad de camafeo, estos poemas percuten más que cantan, son como manecillas de un reloj, el tictac de las horas, cien campanadas. El tiempo es, de hecho, el verdadero dueño de la voz que susurra por aentre estos versos. De ahí la recurrencia sin fin a vocablos como sombra, agua o mar, lo mismo que la presencia constante de las estaciones y los momentos del día (amanecer, mañana, tarde, el ocaso). Memento mori, sí, pero entretanto hay que saber mirar, hay que aprender a elegir bien la loma desde la que avistar el derredor, y eso (como demuestra, sin ir más lejos, una de las mejores composiciones, la que reza: “La misma orilla / nos escogió / para ponernos / frente a frente. / Nos toca narrar el horizonte”), eso, venía diciendo, eso de encaramarse a un sitio oportuno para mejor observar, que es lo mismo que mejor entender, que es lo mismo que mejor interrogarse sobre lo contemplado, tú lo haces a las mil maravillas, como un émulo adelantado (y perdón por el tópico) del Caminante sobre el mar de nubes que nos dejó en prenda Friedrich: “Cuando se para, / el esqueleto de un pájaro / cuelga de sus suelas”, sí, tal vez porque “hoy me duele el mundo / a la altura del Hombre”, o porque, al fin, todo deviene “Una sombra preparada para el ojo que mira”.
Alberto Chessa
Extraído del blog: